A lo largo de mi vida he
aprendido que uno tiene que estar preparado para la muerte. Tener todas las
cuentas saldadas y el equipaje listo para embarcar. A esta forma de pensar la
llamo el arte de morir.
A
muchos la muerte les asusta, les llena de pavor pensar en que no van a poder
disfrutando de una vida que creen plena; en mi caso, aprendí hace algunos años
en un hospital que la vida es una experiencia pasajera y que la muerte es
definitiva, ya que quieras o no quieras, joven o anciano, sano o enfermo,
siempre te alcanza.
No me
asusta dejar este mundo atrás y reunirme con algunas personas que se han ido
antes que yo, simplemente sé, que antes, tengo que resolver unos pequeños
flecos. Tengo que llorar a mis padres y presentarme a una oposición tal y como
le prometí a quizás la única persona que
he amado. Después de eso, seré libre, habré cumplido lo acordado y estaré
preparado.
Esto no
es una carta de despedida, ni un aviso de suicido, simplemente es la reflexión
de una persona privilegiada a la que la vida le ha dado tanto que al mismo
tiempo, le ha ido robando personas y
momentos importantes. Estos últimos años de decrepitud de mis padres, me han
hecho darme cuenta de lo importante que es morirse bien, no haciendo daño a
nadie, dejando atrás un buen recuerdo y lo más importante en paz con uno mismo.
Últimamente
solo encuentro personas que intentan desequilibrar mi frágil equilibrio, cuando
me conocen se empeñan en hacerme ver lo equivocado que estoy por pensar en la
muerte como un último acto de redención, siempre les digo lo mismo, deberías
ponerte en mis zapatos una semana antes de opinar.
Supongo
que aún me queda tiempo para cuestionarme el modo y la manera en la que antes o
después me iré, pero no me agobia, aún tengo asuntos pendientes para honrar al
arte de morir.
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