En esta vorágine de cambios políticos, económicos y sociales en la que cada partido político quiere arrimar la sardina a su hoguera estamos olvidando lo que realmente importa, nuestra espiritualidad.
Esta semana asistí al entierro del padre de un amigo y no pude evitar recordar la enfermedad de mis padres y su muerte que llegará antes o después, no pude evitar recordar la muerte de tantos buenos amigos que ya no están y no pude evitar pensar en mi misma muerte.
Me duele ver como el hombre en su afán por el poder ha sido capaz de utilizar la religión y me duele ver como otros cargan contra cualquier tipo de espiritualidad defendiendo que la religión es el opio del pueblo.
La muerte es una certeza que a todos nos alcanzará pero la manera de afrontarla es la diferencia que nos marca. Podemos tener una vida vacía pensando que la muerte es vacía o podemos pensar que esta corta vida es un paso que tenemos que dar para aspirar a algo mejor.
A mi personalmente me consuela pensar que la gente que ha ido muriendo, de alguna manera siguen conmigo y que me volveré a reunir con ellos algún día para repetir esos días de felicidad que vivimos.
Pero es mi esperanza, que no pienso dejar que me roben, allá cada uno.
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