lunes, 13 de enero de 2014

No admiro el pelo de mi padre, sino su coraje.

Hace años un estúpido obispo (tontos en todos los lados ahí) me preguntó de forma jocosa delante de una multitud si no envidaba el pelo de mi padre; aquellos que nos conocen saben que yo no tengo ni un pelo de tonto y él a sus 76 añazos no tiene ni siquiera apenas canas; me quedé por aquel entonces parado sin saber contestar pero ahora unos cuantos años después, tengo una respuesta clara, no admiro su pelo admiro su coraje.

Tal y como he escrito últimamente la enfermedad de mi madre y la situación laboral y económica por la que estoy pasando, me estaban golpeando con dureza, siendo el golpe definitivo el encontronazo con un profesor de la universidad (tontos en todos los lados ahí). Un par de meses después, tras meditar mucho sobre todo, me he dado cuenta que lo único que necesito para superar esta depresión y coger fuerzas es mirar a los ojos de mi padre.

Es un ejemplo de honradez, constancia, humildad y amor; lo que está haciendo con la enfermedad de mi madre se llama AMOR, y lo que ha hecho en toda su vida no tiene nombre. Por desgracia para él, nunca ha estado afiliado a unas siglas para recibir un homenaje por su trayectoria profesional, eso se lo dejamos a chupones indecentes que no han hecho la o con un canuto y a sus amigos políticos que solo saben poner la cara para la foto; aunque como él dice siempre, mejor que no te den homenajes porque aquellos que los dan siempre esperan recibir algo a cambio.

Hoy, a falta de una semana llena de exámenes, los ojos de mi padre vienen a mi rescate, para decirme que todo lo que haga de corazón saldrá bien, y si no sale bien, al menos no me quedaré con la duda de haberlo intentado.

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