martes, 20 de mayo de 2014

Somos los restos de nuestra propia existencia.

Desde hace algunos años mi madre sufre de Alzehimer, esa horrorosa enfermedad que nos arrebate en vida a nuestros ancianos en sus años dorados y los vuelve niños pequeños. En la medida de los posible intentamos llevarlo bien y aguantar lo mejor que sabemos los síntomas de su enfermedad, los cuales con el paso del tiempo se acentúan por momentos.

Uno de estos síntomas es la ansiedad que le producen sus alucinaciones, piensa que sus padres están vivos e incluso los ven o no paran de pedir que les lleves a la casa de su infancia para encontrarse con sus amigos y familiares, lo que nos crea un gran desconcierto porque esto ocurre a cualquier hora y un número indefinido de veces (incluso cuando llegamos a su barrio viejo y ve el solar de su antigua casa dice que se quiere quedar allí por si acude alguien o nada más regresar a nuestra casa, ella dice que quiere volver). Ayer ocurrió algo que hizo que se me saltaran las lágrimas, en uno de esos viajes al barrio, vimos por casualidad a dos de los pocos vecinos que siguen vivos y viven allí, fue emocionante ver cómo se abrazaron y se preguntaron por su vida, parecía que no había pasado el tiempo y seguían siendo los mismos de la pandilla a la que les toco vivir la posguerra civil y trabajar como jabatos para darnos a sus hijos un futuro mejor (que por culpa de algunos políticos ya veremos en qué se convierte; en ese momento comprendí, que todos somos los restos de nuestra propia existencia, ya que vamos avanzando en un camino incierto hacía la tumba, solo dejando atrás a la gente con la que hemos vivido y hemos compartido cosas.

Yo tengo 36 años, he dejado ya muchas personas en el camino, hace años que no veo a mis amigos de la infancia, han fallecido muchos amigos míos del barrio viejo y mis padres ya son mayores, así que entiendo que en cualquier momento también me van a abandonar, pero sólo ayer comprendí que estoy hecho de pedacitos de todos ellos.

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