lunes, 11 de marzo de 2013

La vida eterna.

Hoy en una de las clases de la facultad. un profesor aseguró, que la antigua pretensión de los alquimistas de alcanzar la inmortalidad se había logrado gracias al descubrimiento del código genético.

No he podido evitar levantar la mano y decirle con todos los respetos que se merece que no estaba de acuerdo con él, que dudo mucho que un ser genético a mí tuviera mi propia personalidad o respondiera ante dilemas morales del mismo modo que yo lo hago; El profesor me ha contestado que en un ser genéticamente igual a mí y criado en mis mismas circunstancias culturales, familiares y sociales respondería de modo idéntico a como yo lo he hecho.

La conversación ha terminado con esa afirmación por parte del profesor, sin oportunidad por mi parte de defender mi posicionamiento (He de decir que por falta de tiempo, no por la actitud del profesor).

Mi posicionamiento al respecto es aquel que considera a cada ser humano como un ser único e irrepetible en esencia; Cada uno puede definir la esencia como le estime oportuno, alma para algunos, espíritu para otros y energía para la gran mayoría.

Si fuera tan fácil alcanzar la inmortalidad como preservar nuestro código genético, la naturaleza del ser humano sería incompleta ya que como seres vivos nacemos y morimos para cumplir un ciclo en la vida cuyo único objetivo es superar pruebas que de no ser superadas se nos repetirán en otros ciclos.

La muerte además del misterio de la vida, es el punto de inflexión de ésta, ya que con sus frías manos nos señala cuando estima oportuno para hacernos recordar lo efímero de la existencia en este plano de la existencia. La muerte no nos distingue, nos iguala y condiciona nuestra vida.

La muerte es a la par injusta y necesaria, para dotar de significado a la existencia o acaso ¿alguien quiere vivir para siempre? Yo no me imagino una eternidad aguantando injusticias pero si me imagino unos cuantos años combatiéndolas.

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