lunes, 4 de febrero de 2013

La calle.

Comienzo a caminar por la calle una mañana de viernes normal y corriente, no puedo sentir pena y vergüenza por recordarme a mi mismo que soy un ser humano.

Recuerdo que desde hace mucho tiempo, el viernes por la mañana es el día que he dedicado para ir al banco, sacar dinero para hacer pagos y poner al día las cuentas; Recuerdo en que hubo buenos tiempos, en los que las cuentas se mantenían alegres e incluso de manera lenta pero fiable subían un poquito. Hoy los tiempos han cambiado, hace unos años decidí emprender una loca aventura, que junto con la crisis actual está menguando mis cuentas actuales, de todos modos no me puedo quejar.

No me puedo quejar debido a que puedo apreciar como han aumentado la cantidad de pobres que piden en la calle, pero al mismo tiempo observo en mi día a día como la gente gasta sin medir en cosas estúpidas que ni siquiera le hacen falta, y para colmo al ojear la prensa, leo como nuestros políticos se dedican a robar a dos manos.

¿En qué nos estamos convirtiendo? Acaso ¿estamos dejando de ser humanos? Una parte de la población enferma por falta de alimento y otra parte sufre los rigores del sobrepeso... ¿Es necesaria una pala de padel de 300 euros para jugar con los amigos? El mundo se vuelve loco y lo más triste es que no nos damos cuenta de que nuestros destinos están conectados y a la larga, todo nos pasa factura a todos.

Nunca he tenido alma de empresario, nunca he tenido alma de rico, pero el miedo es libre y me recuerda que la calle es un lugar frío que nos espera a todos con las manos abiertas para recordarnos quien es el dueño del juego.

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